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JUAN DE ARELLANO – Florero en jarrón de cristal/ Florero en jarrón de cristal

JUAN DE ARELLANO (Santorcaz, 1614- Madrid, 1676)
Florero en jarrón de cristal / Florero en jarrón de cristal.
Pareja de óleos sobre lienzo. Medidas: 73 x 55 cm cada uno.
Firmados los dos en el borde inferior derecho.
Número de inventario en el ángulo superior derecho: 49 y 50 en cada uno

 

Sabemos de Juan de Arellano que nació en la localidad madrileña de Santorcaz. Probablemente su formación se realizó con el pintor Juan de Solís, pintor del que conocemos algunos paisajes en la línea de lo que venía haciendo Francisco Collantes. Sus primeras flores pintadas y firmadas son de 1646. En ellas ya se muestra como un consumado artista en este género, del cual fue el máximo representante en las décadas centrales del siglo XVII en la ciudad de Madrid. Palomino menciona su enorme éxito y como acudían gentes de toda condición a su taller abierto en las gradas de San Felipe el Real, en un lado de la Puerta del Sol.

La mayor parte de las pinturas que conservamos de su mano son flores que dispone en guirnaldas, con una escena casi siempre sagrada en el centro y pintada por la mano de otro maestro, también en jarrones, o a modo de festones, o como decoraciones de elementos arquitectónicos u otros objetos. Si hay una composición que es característica de su taller es el florero dentro de una canastilla de mimbre en formato horizontal y del que nos han llegado numerosos ejemplos. También forman parte habitual de su repertorio los floreros verticales que solían pintar formando parejas e, incluso, series.

Otra de las principales características de su labor es el uso de colores puros e intensos, como rojos, azules, amarillos o verdes, que dan esa brillantez tan característica a sus flores, algo que seguramente procede de la pintura de flores flamenca más que de la italiana. En este punto del color, podemos advertir una influencia muy clara de los floreros de Daniel Seghers el teatino, de quien probablemente toma más que de ningún otro su gusto por los colores tan intensos y contrapuestos unos a otros.

Otro aspecto que se puede advertir en su trayectoria sería el acentuado dramatismo que fue desarrollando en sus flores. Si en sus primeras obras, las lfores, los tallos, las hojas y los pétalos son representados con cierto gusto por la simetría y con un sentido estático de la flor, a medida que alcanza su madurez artística, cada vez retuerce más las hojas y los pétalos, muestra más nerviosismo en la representación y más agitación. Aparece en sus floreros un mundo movido por un silente y atronador viento que se infiltra y desgarra las flores, que las balancea y las desgarra, que las gira sobre sí mismas, alterando el reposo de los ramilletes iniciales. En sus flores penetra a lo largo del tiempo un sentido ciertamente trágico, dinámico en consonancia con las composiciones más atrevidas del Barroco pleno, triunfante en la segunda mitad del siglo XVII.

Este es el caso que nos ocupa, en los magníficos floreros que se presentan en esta exposición. Verticales, formando pareja son dos muestras de madurez del quehacer de este genial maestro de las flores. Ambos soportan un abigarrado conjunto de flores con sendos jarrones de cristal, donde podemos observar la trasparencia y los reflejos que produce el agua con la que están rellenos.

En el primero, rosas de distintas variedades, azucenas, tres hermosas anémonas en el centro, clavelones de Indias y claveles rojos dispersos se alternan y amenizan el conjunto.

En el segundo, dominan los tulipanes, los claveles y las bolas de nieve, en un juego de rojos, blancos y toques de suave azul y amarillo.

La luz difusa modela cada uno de los juegos de flores con precisión y maestría, de tal modo que las flores “brotan” de las sombras. Debía ser muy hermoso ver estos floreros en la penumbra de las casas iluminadas con velas o lámparas de aceite o, simplemente, con la luz natural filtrándose a través de los ventanucos, luz que tilila y que produciría un efecto de movimiento en la superficie de los lienzos, creando la sensación de que las mismas flores se balanceaban en un trampantojo sencillamente espectacular.

 

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Ieha2

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